A continuación un extracto de Nina Berman, que participó en una mesa redonda sobre el libro este domingo en el MOMA junto con los otros colaboradores: Gregory Halpern, Will Steacy y Stein Amy, y moderado por los fundadores de Daylight, Michael Itkoff y Forer Mahal.
Una cámara puede llegar a guardarse sin que participe de ningún compromiso. La cámara es un excelente dispositivo, un pasaporte mágico en la vida de las personas que une sin pedir condiciones de manera permanente. Así que fue decisión sencilla que yo dejase de fotografiar a una chica como si fuera un gran tema para convertirse en algo más... algo parecido a una hija.
La conocí en Londres en 1990. Se llama Cathy. Era una de cientos de entre los niños que viven en la calle en el West End de la ciudad. Nos encontramos frente a una entrada del centro de acogida. Ella estaba golpeando la puerta y maldiciendo del mundo. Nos gustamos inmediatamente y me dejó entrar en su vida. Le tomé fotos pidiendo dinero, fumando crack en los estacionamientos, durmiendo en los portales y calentándose con una taza de té. Le gustaba que yo hubiera venido desde Nueva York. Antes de irme de Londres le di mi número de teléfono en Nueva York.
Traté de publicar mis fotos pero nadie las quería. Unos meses más tarde Cathy se presentó en el aeropuerto Kennedy. Sabía que sus padres y sus amigos adultos había abusado de ella. El abuso había sido cotidiano y severo. Pero yo no sabía cómo estaba de perturbada hasta que tuvo un flashback. Hablaba con la voz de una niña. Su cuerpo temblaba y sus ojos se pusieron en blanco. Ella creyó que yo era un hombre tratando de hacerle daño. Fue horrible. Luego, entre lágrimas, se quedó dormida. Se acurrucó como un feto y alzó las manos entre sus piernas. Gimió "no, no" y temblaba en sueños. La fotografié así. Yo no sabía qué más hacer. Me hizo sentir impotente. Después sentí indignación. Bajé mi cámara y dejé de fotografiarla. En ese momento dejó de ser un tema de estudio y se convirtió en una persona en mi vida.
Diecisiete años más tarde, Cathy es Kim y yo soy su familia, por lo menos pone mi nombre cuando tiene que cumplimentar los formularios de la administración. Llevó una vida dolorosa que se llenó de color aquí, en los Estados Unidos. Vivió en casas de crack y en túneles, estuvo en Bellevue y el Condado de Kings, y en los programas pastorales de Westchester y Long Island. Es VIH-positivo y acaba de salir de una pesadilla de seis meses en Rikers Island.
A pesar de todo, podría haber tomado fotos, pero no lo hice, a excepción de una, hace varios años en Times Square, en una noche en que yo estaba segura de que iba a morir y quería tener algo reciente para recordarla. Fotografiarla en la depravación, mostrando su sufrimiento, enfermedad y alta, haciendo el tipo de imágenes tan valoradas en cierta tradición de la fotografía documental... todo eso me espantaba.
Las únicas fotos que tomo de Kim ahora son de su sonrisa, a menudo con mi hija, a quien llama su hermana pequeña y van a mi álbum familiar. Tengo la esperanza de que, antes de morir, le haré una fotografía para la página de un libro que escriba sobre la historia de su vida. Será una hermosa fotografía hecha con amor.
Escrito por María Lokke Photo Booth y publicado el 20 de abril de 2012 en The New Yorker. Traducción Fernando Fortuño.
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