El actual gobierno tomó el poder en un escenario ambivalente. Por un lado, la situación es tan grave que es grave hasta para los suyos y, por lo tanto, para ellos. Por otro, la situación está tan preñada de razones que le ha permitido fácilmente cargarse de excusas para, por fin, hacer lo que siempre ha querido hacer: desmontar el aparato administrativo que da cobertura al ciudadano frente a la incertidumbre.
Que las administraciones recauden justa y proporcionalmente para administrar salud, justicia, educación o infraestructuras para crear espacios sociales y lo hagan con eficacia, economía de medios, rapidez, equidad y a cada uno según su necesidad se ha demostrado una quimera. Por el contrario, las administraciones se han revelado lentas, caras, duplicadas y, en sangrantes casos, corruptas; desde las gestoras de derechos de autores hasta las ONG´s, desde el PSOE al PP, desde Galicia hasta Mallorca, desde chóferes a nobles, por millones o por trajes… La avaricia, más allá de sus tintes criminales, se ha aliado con la estupidez, el ego y la mala fe y ha llevado a las administraciones al derroche insensato y a la grandeza vacua, llenando España de aeropuertos vacíos, centros de arte desiertos, barrios enteros sin vender, hospitales cerrados, ciudades del cine apagadas, esculturas, incluso, puentes y obras, en general, contratados y pagados sin llegarse a construir. Inversiones todas para una sociedad fantasma, una población inexistente, pero que de existir se la supone rentista y ociosa, pues son infraestructuras terciarias. Y, claro, llegó el paro masivo y la crisis. ¡Ha sido tal el desmadre que el descalabro es mayúsculo!
Y el desmadre llenó los bolsillos de los de siempre que , ahí están, montando su nuevo negocio porque para ellos la crisis es “una nueva oportunidad”. Es lo que les enseñan en las escuelas de negocios. Nuevas oportunidades para comprar a precios de saldo, para montar sus clínicas alternativas a la antediluviana seguridad social… , para fusionar sus bancos… mientras el gobierno retira dinero de todas partes para dárselo a los bancos que, a su vez, son los que le prestan el dinero al Estado. De chiste si no fuera todo tan cruel. Pero no quería hablar de modo tan genérico. Sólo quería advertir que “tenemos lo que nos merecemos”.
El recién estrenado y refundido ministerio de cultura, deporte y no se cuantas cosas más, recorta todo y donde más lo hace es en las subvenciones al cine. Los lectores de la noticia aplauden la decisión en masa. No hay más que leer los comentarios en las páginas de los periódicos en la red. Ven el oficio del cine en España como una caterva de mediocridades en lo artístico, de vendidos en lo ideológico, de vagos, de inoperantes en lo industrial… y se felicitan de que el cine actual se hunda porque es la única manera de que resurja vigorizado y libre de prebendas, respondiendo sólo con su calidad, calidad que refrendará la taquilla. Será el libre mercado el que dicte quien hará la siguiente película y quién no. Están hartos de pagar con sus impuestos cine que aborrecen y no ven, hartos de técnicos y artistas que “muerden la mano que les da de comer”, que tergiversan la historia reciente de España, de falsos empresarios que se embolsan falsos beneficios …
Basta con leerles para comprender que este gremio ha perdido todas las batallas estrepitosamente. Ha perdido la batalla de la opinión pública al utilizar el foro y escaparate por antonomasia del cine español, de “todos” los que formamos parte del cine español, para hacer apología de posturas personales. Que la mayoría de los ciudadanos estuviéramos en contra de la intervención en la guerra rebajó, en los protagonistas de la protesta, su autoexigencia de prudencia y, supongo, pensaron que la consecuencia de sus actos era un mal menor: “Está mal usar un foro neutral (que tiene que ser una fiesta y promoción, que ya tiene sus propios problemas de legitimidad como espectáculo y como valedor de calidad, pues en él somos jueces y parte) pero el mal que causamos es el mal menor. Nuestra ética nos obliga. Esto es inevitable.” Y, desde entonces, la opinión pública tomó la parte por el todo, mezcló churras con meninas y el “no a la guerra”, surgido de la independencia de criterio y orientado a la más elemental justicia y humanidad, dejó la imagen de un gremio politizado y sectarista.
Este gremio ha perdido también la batalla del respeto creativo e industrial porque él mismo no cree en sus capacidades. Toma al espectador por un menor de edad y cuando recauda no reinvierte: la fuga de capital a otros sectores, como el ladrillo, es masiva y metódica. Todos conocemos a productores, actores y actrices (que son los que manejan) que no han invertido nunca un euro propio en el sector. Y, en medio, nos encontramos los técnicos y los proveedores. Estos acumulando deudas y promesas de pago en cantidades y tiempo fuera de toda lógica empresarial, sobreviviendo a base de endeudarse ellos mismos en cascada y a base de apretar a sus ya exhaustos empleados. Los técnicos entregando nuestra vida, la de nuestras familias, nuestra salud y nuestra ingenuidad por, “amor al cine”, por orgullo, por pasión, por, tan solo, una palmadita y un “¡buen trabajo!”, en jornadas de once horas diarias (incluyendo siete los sábados) de rodaje más las horas que no son de rodaje (desde aparcar camiones a las seis de la mañana hasta estar localizando a las doce de la noche del mismo día, ¡vamos, lo normal!). Y todos, técnicos, proveedores y actores y actrices que no son estrellas, por unos salarios o contratos objetivamente menguantes (todos podemos enseñar nuestras nóminas, yo, en concreto, desde el 94) e injustos, que, al prorrateo, sonrojan.
Pero no os preocupéis. Si el pasado gobierno fue un desgobierno este nos lo va a arreglar todo. Va a acabar con el cine cruel, injusto y nefasto actual para dejar paso a… la nada. El cine anglosajón, en general, y el americano, en particular, que puede invertir en sus productos literalmente miles de veces más que el español (las cifras de lo que cuestan las películas están al alcance de cualquiera), que monopoliza prácticamente la distribución de cine en España, va a competir de igual a igual. Es lo que le parece justo al gobierno y a los que aplauden la noticia. No han oído hablar del hecho diferencial y otras medidas que, cines sanos como el de Francia, toman para compensar las circunstancias del mercado. Perdón, miento, no compiten de igual a igual. Las películas americanas las veremos ya amortizadas en el mercado internacional (y las que no lo estén las veremos igual porque nos las meten en “paquetes” a precio de saldo) y las veremos dobladas al castellano, al catalán, al gallego y al euskera. Así que, cuando venda mi casa por no poder pagar la hipoteca o me desahucie el juez, me iré sin papeles a EEUU a trabajar de soguilla en las producciones americanas y, así, pagar la deuda que me quede pendiente. Que me quedará. ¿Qué haréis los demás? Mientras tanto, alguien está intentando organizar las elecciones del sindicato del cine sin demasiado éxito. Será que hemos perdido ya toda esperanza o será que tenemos lo que nos merecemos.
te felicito por esta reflexión, no podría estar más de acuerdo
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